El Sagrado Secreto. Rubí de la Torre Corona
Fotografía de Rafael de J. Araujo González. 2022
Dejo mi hogar y
emprendo mi travesía al amanecer. El camino huele a tierra mojada, los árboles
en el monte aún tienen la resolana del alba. El silencio de la montaña se rompe
con el cantar de los pajarillos, junto con mis pasos sobre el césped húmedo. La
luz del sol se comienza a filtrar entre las copas de los árboles, creando
juegos de luces y sombras en el suelo.
Mi padre me
enseñó a escuchar los llamados. Los espíritus viven en este mundo y están en
todos lados. Los cuatro elementos. En el agua cristalina, en el silbar del
viento, en la tierra los animales del bosque, los árboles y el fuego en la
leña. Me dijo un día que, si yo los escuchaba, ellos me podrían guiar en el
camino. Abriendo mi corazón, lo entenderé. Dejándome llevar como la corriente
suave del río, como las hojas secas que bailan con el viento.
Cortar madera no
es un trabajo fácil, cualquier árbol no se puede cortar. Tampoco cualquier
madera se puede utilizar para todo, hay madera para hacer cosas y otras para la
leña. El árbol debe estar fuerte y macizo, además de que después de ser talado
el tronco, debe pasar por ciertas fases para que la madera se seque y así poder
trabajarla.
Mis pensamientos
se mezclan con el sentir del bosque. Me adentré mucho más en el lugar, donde no
se suele visitar. En el centro del bosque. Los árboles en este lugar son mucho
más grandes a cómo se perciben desde el pueblo. Sus troncos son inmensamente gruesos,
su corteza rugosa y firme son espectaculares, pero, ninguno de estos troncos es
el que cortaré.
Mi padre me
enseñó a escuchar la naturaleza, los espíritus que nos rodean, así que, en cada
árbol que me encuentro, debo escuchar en su corteza el crujido y en sus hojas
el susurro que me invitan a tomar sólo lo necesario de ellos. Cada madera tiene
su objetivo, algunos para mesas, otros para sillas y los perfectos para el
fuego de la casa.
Mi camino sigue,
la exploración de este lugar es grata, jamás imaginé encontrarme con infinita
vegetación. Parece que estoy en lugar de cuentos. La fauna corre con libertad,
el aire baila con los árboles y mis sentidos se agudizan. Me detuve un instante
para contemplar todo, cuando lo sentí. Una bocanada de aire giró a mi
alrededor, un tornado de hojas con susurros inaudibles me envolvió. Mis ojos no
podían ver, sólo mi tacto estaba activado, mi cuerpo giraba involuntariamente,
y me preguntaba ¿estoy en un sueño o en una pesadilla? Los sensores de mi
cuerpo me trataban de decir algo y ¡pum!
Toda aquella
danza se detuvo. Mi cuerpo se desvaneció. ¿Hasta dónde me trajeron? Los
espíritus del bosque me llevaron ante él. Todo era silencio.
El árbol
perfecto, el que tanto he buscado, por fin está ante mí.
Rodeo con pasos
lentos, mientras toco su corteza fuerte y algo dentro de mí dice: este es.
Acomodo mis
pertenencias debajo de un arbusto y doy un sorbo de agua, desenfundo mi hacha,
brillante como el oro. Me acerco al árbol, posiciono mis pies para comenzar a
talar, cuando de repente escucho un zumbido. Un enjambre de abejas. Cada vez
están más cerca de mí, pero no las veo. Acomodo la postura para analizar de
dónde viene el sonido, cuando veo un pequeño hoyo en el árbol.
Un panal de
abejas en el interior del árbol. Me disculpé con ellas, porque tenía que talar
el tronco. Apunté mi herramienta para iniciar el marco de altura, cuando el
zumbido se convirtió en palabras: detente. Y recordé, “escucha a los espíritus
del bosque”. Entre susurros y ventarrones, me dijeron: dentro de nuestra
colmena hay un objeto sagrado y no puedes derribar el árbol. Tienes que pedir
permiso a los guardianes.
Acepté sin
titubear, pues la madera de este árbol ayudaría con el sustento económico de mi
familia. En automático, pensé en mi padre, sus consejos me prepararon para
esto. Escuchar a los espíritus y a todo lo que nos rodea, porque no estamos
solos.
Intento descifrar
quienes son los guardianes para pedirles permiso con paciencia en la serenidad
del bosque. Un venado se acercó al árbol, inclinó su cuerpo formando una
reverencia y seguido un balido. Me supongo que es para llamar a su manada.
Pero, su manada no era lo que yo pensaba. El animal parecía estar comiendo
zacate. Los silbidos de los pajarillos rompen el silencio del lugar, pero el
rugido de un tigre hizo retumbar todo nuestro alrededor. Un depredador enfrente
de su presa. Iba a ser testigo de una pelea, el ciclo natural de la vida.
Cierro los ojos, esperando el suceso, pero no. El tigre estaba rodeando el
árbol con unos movimientos algo raros que el venado estaba replicando.
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Fotografía: René Arauxo. Año: ca. 2022 |
Observando con
atención y cuidado me di cuenta. Estaban danzando.
Ambos al mismo
ritmo bailaban y en ciertos tiempos, mientras uno hacia reverencias en forma de
cruz en el suelo, el otro emitía un sonido de relincho que parecía un grito.
Me acerqué a
ellos cuando terminaron su danza. Estos animales sabían quién era yo y lo que
estaba haciendo ahí. No necesité decir mucho, cuando ellos me transmitieron sus
pensamientos: “nosotros no podemos darte la autorización completa, tienes que
hablar con el gigantillo, es un pequeño niño que vive cerca de aquí. A unas
tres hileras de árboles al oeste, ahí lo encontrarás y él te dará el veredicto
final”
Agradecí por la
información y su tiempo, hice una reverencia ante ellos y me retiré. La
serpiente emplumada se me presentó, cuando estaba levantando mis pertenencias
del suelo. Aquel animal era majestuoso. Todo su cuerpo era de color verde, y
entre murmullos en el aire me dijo: no necesitas ir con el gigantillo. Yo te
puedo dar la autorización completa, soy dueña del bosque y de ese árbol. Mi
familia ha vivido aquí por siglos. Así que te permito cortar el árbol y te
lleves lo sagrado que hay en su interior.
Le agradecí por
la información proporcionada y tomé camino para la casa del gigantillo, algo
dentro de mí decía que debía desconfiar. No avancé muchos metros cuando me
crucé con el gigantillo, un pequeño niño que usaba una vestimenta muy colorida.
En su cabeza tenía una corona un tanto peculiar, parecía una colmena,
instantáneamente al verlo me arrodillé ante él. -No seas tan formal conmigo,
levántate. Te hemos esperado por varios años. - Fue lo que me dijo. Gracias,
pero déjeme decirlo, aunque usted ya sepa quién soy y a que vengo, quiero que
mis palabras dejen de ser prisioneras de mi garganta, para que mi alma no tenga
este gran peso.
Con una pequeña
sonrisa tierna, me dijo -Lo sé mi fiel leñador, pero este no es el momento. La
serpiente emplumada ha cometido un gran error por haberse sentido dueña del
árbol y otorgar el permiso para que lo cortes. Así que permíteme resolver este
suceso y después podrás desahogarte en tu petición.
Me aparté del
camino para que el gigantillo pasara y me propuse a seguirlo. El pequeño niño
en su espalda traía una espada de madera. Al llegar al árbol, la serpiente
estaba colgada en una rama justo al lado de la colmena, mientras el venado y el
tigre estaban haciendo su danza. -Serpiente emplumada, has quebrantado el
equilibrio. Por tu osadía al reclamar lo que no te pertenece, te exijo un duelo
para restablecer el orden. El ganador del encuentro será quien gobierne todo el
bosque.
El aire se tensó
con una carga de energía ancestral. La serpiente emplumada con un siseo hizo
vibrar las hojas de los árboles. Se descolgó de la rama con gran velocidad que
al llegar al suelo, su tamaño se triplicó, rodeando al pequeño gigantillo,
aquella gran serpiente color esmeralda parecía que había ganado la batalla,
pero el niño creció en presencia. Su aura se expandió.
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La serpiente emplumada vs el gigantillo. Fotografía de Rafael de J. Araujo González. 2025 |
El combate se
convirtió en una danza, movimientos sincronizados de un lado a otro y de atrás
para adelante. Abalanzándose mutuamente intentándose aplastar. El venado, el
tigre y yo, éramos testigos silenciosos. Observamos una danza que representaba
una contienda por el equilibro natural.
El suelo en los
pies del gigantillo pareció hundirse y con un fuerte rugido que no era de él,
sino de la tierra estremeció a todo el lugar. El gigantillo se abalanzó sobre
la serpiente clavándole en el lomo su espada, la serpiente con un movimiento
hipnótico intentó morderlo. El gigantillo no retrocedió. La fuerza de la
naturaleza le hizo favor, una ráfaga de viento lo ayudó. Un destello vibró en
su pequeño cuerpo. Sus manos se transformaron en piedras y con impulso
sobrenatural golpeó la cabeza de la serpiente. Un sonido metálico resonó en
todo el bosque al caer la serpiente, convirtiéndose en su tamaño normal.
Los espectadores
vociferamos ante el ganador el gigantillo. La serpiente emplumada, frente a su
derrota se reverenció ante el pequeño. Rápidamente me acerqué al gigantillo,
para pedirle el permiso apropiado para poder talar el árbol, el cual, este
pequeño niño no se rehusó, sólo que me puso una condición. Crear un altar al
santísimo, en donde la gente del pueblo lo pudiera ver y conocerlo. Me dispuse
a tomar nuevamente mi hacha y con una facilidad, el árbol cayó.
Varios de los
animales que vivían ahí corrieron a otros lugares del bosque, pero una iguana
no. Ella brincó a mi hombro y no me negué a tenerla. Así como los humanos
elegimos a las personas con las que queremos estar, los animales y las plantas
también.
Partí en varios
pedazos al gran árbol, tenía que hacer varios viajes para llevarme todos los
troncos, pero el primero que me llevé fue el de la colmena. El tigre, el venado
y el gigantillo, me escoltaron hasta un salón pequeño que lo usaban en el
pueblo de usos múltiples, pero construyeron uno mucho más grande que este lo
dejaron en desuso.
Conforme íbamos
caminando, hacía ese lugar que estaba a espaldas de un reconocido templo,
personas del pueblo nos veían y entre ellos murmuraban que qué estaba haciendo,
qué estaba loco. Al llegar al salón, justo afuera coloqué el tronco en el
suelo. Desenfundé mi hacha, dispuesto a abrir el tronco, pero antes de que
pudiera asestar un golpe, la madera como si una fuerza invisible se tratase,
comenzó a agrietarse por sí misma. Con apenas un leve esfuerzo de mi parte, las
dos mitades se separaron.
Al abrir el
tronco, una luz dorada y suave emergió. No sólo había miel, sino, una presencia
que llenó el aire de una paz inmensa. Una ostia con las iniciales de JHS. ¡Es
el Santísimo Sacramento! Gritaban las personas, ¡es un milagro divino! Se hizo
un alboroto que llegó el cura.
El reverendo,
conmovido con los ojos cristalinos, confirmó la autenticidad de la reliquia.
Desde ese día, el pequeño salón se convirtió en un altar. Un lugar de
peregrinación donde la fe del pueblo floreció con una fuerza inquebrantable. El
santísimo, guardado por siglos en el corazón del bosque, custodiado por abejas
y guardianes elementales. Ahora, el sacramento habita entre nosotros.
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El Santísimo Sacramento del Altar. Fotografía de Rubí de la Torre Corona. 2025 |
La historia del
pueblo. Lo sagrado no sólo se encuentra en templos elevados, sino también en lo
más profundo de la naturaleza, esperando ser escuchado por aquellos con el
corazón abierto.
Con la paz de que
el Santísimo quedó seguro en su nuevo altar, tomé un momento para despedirme de
él. Me reverencié y abrí camino entre la multitud. La iguana aún aferrada a mi
hombro parecía compartir mi gratitud. Había cumplido mi promesa. El sol ya comenzaba
a descender, cuando crucé el umbral de mi hogar. Mi familia me recibió con
alegría, ajenos a la magnitud de lo que había traído del bosque, encontré mucho
más que madera.
Informante: Emilio Champo. Suchiapa Chiapas, México
Excelente trabajo, me hiciste viajar a un lugar maravilloso y desconocido lleno de tradiciones m, cultura y respeto por la naturaleza y riqueza cultural, felicitaciones Rubi me encantó.
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