Tablilla uno
Hubo
un lugar, un espacio donde Dios, llamado YHV, tuvo la idea de reposar y dejar
que sus sueños crecieran. Como esos sueños fueron generados por el mismísmo Ser
Supremo, creador y dador de la vida, éstos salieron y se fueron por el mundo,
solo Dios sabe a dónde llegaron.
Está
grabado en las piedras más antiguas el sitio exacto de tal acontecimiento pues
no es común que YHV se dé un momento de reposo y solaz esparcimiento.
Ese
territorio tenía las primeras plantas. Las había en abundancia, de grandes
dimensiones y de innombrables colores. No se pueden describir los olores que
desprendían las flores y frutos que producían. Tantos y tan relucientes eran
los colores que las aves, a veces con un poco de envidia, tuvieron que usarlos
como pigmentos en la hora de buscar pareja.
Es
difícil nombrar todos y cada uno de los seres vivos que transitaban por los
senderos que atravesaban el lugar pues los había en tal cantidad y variedad que
muchos de ellos hoy ya no se ven más. Menos sencillo es decir a dónde se
dirigían las veredas porque uno caería en mentiras que son castigadas como
pecados porque ese lugar es santo.
Se
dice que cerca del campo donde reposó el cuerpo de Dios, bajo la sombra de
algunas plantas de enormes hojas que le sirvieron como manta, había una casa
blanca de una sola pieza y que ésta servía como refugio para los sentimientos
que solían estar vagando día y noche y que, solo cuando querían descansar,
entraban para protegerse de las inclemencias de las noches sin luna.
Lo
que no está escrito, pero que se sabe, es que ahí, donde reposó YHV, uno de los
sueños se quedó justo en la sombra inmaculada del Santísimo. Como el sueño del
Señor es como él mismo: eterno, este sueño fue penetrando la suave tierra donde
reposaban ambos seres hasta que el primero se levantó, sacudió sus vestiduras
blancas y deslumbrantes, se calzó de nuevo y se fue.
En
el instante de su partida, la sombra de su cuerpo desapareció y los rayos de un
sol nuevo y matinal cayeron en caricias sobre el polvo donde, unos metros
abajo, estaba el sueño dicho. Ahí, a los siete días justos, luego de un
amanecer lleno de gotas de rocío puro y transparente, nació la planta que
muchos años después sería llamada Árbol del Bien y del Mal. Se cree que este
sueño sirvió como semilla y que Dios no lo dejó ahí por casualidad. Él quiso
que este sueño, nacido en su corazón, se quedara ahí, justo entre la naturaleza
y la casa de piedra.
Ahora
que escribo estos recuerdos, veo que este suceso parece una metáfora de la vida
y la muerte porque cuando una persona fallece, se entierra para que la vida
siga. Lo que me inquieta es saber si la metáfora también incluye las
tentaciones que se presentan en la oscuridad del subsuelo.
Comentarios
Publicar un comentario